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viernes, 6 de enero de 2012

Dos grandes victorias para un gran capitán.

En el post anterior se narraron las andanzas de Fernando de Córdoba durante la segunda guerra de Italia. Dejé estar la historia anunciando un golpe de mano de nuestro protagonista en el que se hizo con 1000 caballos franceses. También recibió refuerzos españoles y alemanes en éste momento por lo que el Gran Capitán se halló presto para recuperar la iniciativa. Su ofensiva fue fulgurante librando de franceses la Calabria y Nápoles en un mes gracias a dos contundentes victorias: Una en Seminara (Andrade) y otra en Ceriñola (Fernando de Córdoba). Retomado el hilo os dejo con el post que cierra la segunda guerra de Italia.

Ceriñola

Los 3000 infantes venidos de España al mando de Andrade vencieron a los franceses en Seminara. El Emperador Maximiliano envío a 2000 alemanes que se unieron directamente a la hueste de Fernando de Córdoba. Éste partió de Barletta el 27 de abril al mando de 6000 soldados con el objetivo de redondear la victoria de Andrade doblegando al Duque de Nemours. El 28 de abril llegó a Ceriñola y puso a trabajar a sus soldados para preparar el terreno y una buena bienvenida a los franceses.

Ceriñola se erigía en lo alto de un promontorio. Un barranco cercano hacía de foso natural. Los españoles colocaron allí estacas para frenar a la caballería pesada francesa y prepararon el terreno para que el suelo se hundiese con el peso de una persona. El foso se aumentó resiguiendo el perfil de la loma quedando, la plaza,  rodeada casi en su totalidad. El flanco izquierdo era el único punto débil y Fernando de Córdoba ordenó levantar un parapeto en el que ubicó la artillería.

Con los preparativos acabados los jinetes de retaguardia, capitaneados por Fabrizio Colonna, informaron de la llegada del ejército francés. El Gran Capitán desplegó su ejército y habló a las tropas. Éstas profesaban una lealtad ciega a su capitán. Se dice que en la dura marcha hacia Ceriñola, Fernando de Córdoba cedió su caballo a un soldado extenuado. Hechos como éste hacían que los hombres bajo su mando hicieran sin vacilar cualquier cosa que su líder les pidiese.

Las fuerzas españolas formaron en tres grupos. A la derecha una escuadra de curtidos infantes españoles al mando de Zamudio, Pizarro y Villalba. El centro estaba integrado por los alemanes y a la izquierda otra formación de infantería española al mando de Pedro Navarro. Protegió los flancos creando dos grupos de caballería ligera liderados por Próspero Colonna y Diego de Mendoza. Los jinetes ligeros de Fabrizio Colonna y 70 hombres de armas de Pedro de Paz se desplegaron fuera del campamento.

El duque de Nemours, viendo las defensas y el cansancio de sus tropas, aconsejó descansar y combatir al día siguiente. Pero algunos de sus capitanes no estuvieron de acuerdo y éstos influyeron, negativamente, en el duque que ordenó, finalmente, combatir de inmediato. La caballería pesada desplegó a la derecha y la ligera a la izquierda. Lo hicieron adelantadas dejando el centro para la infantería suiza y gascona que desplegó más retrasada.

La caballería pesada francesa, comandada por Luis de Ars, abrió las hostilidades pero cayó de pleno en la argucia española. La tierra se hundió y la élite francesa quedó ensartada en las estacas. Se detuvo el avance y el fuego español hizo el resto. Con la caballería paralizada, los escopeteros y los cañones de Pedro Navarro masacraron al orgullo bélico francés que se vio obligado a retroceder.

Al anochecer lanzaron un nuevo ataque que finalizó como el anterior. La caballería pesada francesa fue vencida de forma definitiva. El duque no quiso perder el impulso del asalto e intentó flanquear la posición hispánica. Fue una maniobra temeraria y dejó expuesta a la caballería ligera al terrible fuego de los escopeteros y espingarderos españoles. Sufrieron graves pérdidas entre ellas la del propio duque de Nemours.

La pérdida de su líder no amilanó a los franceses y Chaudieu se lanzó con todas sus fuerzas al asalto del centro español.  Los alemanes levantaron un muro de picas infranqueable. Aún así los suizos y gascones lanzaron tres asaltos pero estaban sometidos por el flanco a un terrible fuego. Al fin el propio Chaudieu fue muerto. La pérdida de su líder y el tremendo desgaste soportado rompió el centro francés. Los suizos y gascones se retiraron desorganizando a la caballería ligera de la retaguardia.

En este momento, Fernando de Córdoba ordenó ataque general. Todas las fuerzas españolas se lanzaron en persecución. La caballería pesada de Luis de Ars huyó hacia Venosa con graves pérdidas. La caballería ligera de la retaguardia huyo a Gaeta sin haber combatido. El ejército francés quedó desecho por completo. La batalla sólo duró unas horas. Por la noche los capitanes españoles cenaban en la tienda de Nemours las viandas que éste tenía preparadas para su “regreso victorioso”.

Las cifras son ilustrativas. En unas horas los franceses dejaron sobre el campo unos 4000 muertos. Las pérdidas españolas no llegaban a las 100. Se recuperó el cadáver del duque de Nemours y lo llevaron a la Barletta adonde se le ofrecieron exequias y se le enterró con grandes honores en el monasterio de San Francisco. Con esta victoria las plazas se rindieron en masa y se consiguió todo el reino de Nápoles. Pero la guerra estaba aún lejos de acabar. Luis XII no pensaba renunciar a sus intereses en Italia y se jugó el todo por el todo.

Garellano, el derrumbe francés

Ante el desastre de Ceriñola, Luis XII armó tres ejércitos y se dispuso a contraatacar y vencer a la monarquía hispánica, no sólo en Italia sino también en territorio español. Un ejército enorme se puso al mando del marqués de La Tremouille con el objetivo de penetrar en Milán y atacar al Gran Capitán.

Se lanzó una ofensiva directa contra España. Una hueste al mando del mariscal de Rieux invadió el Rosellón y un tercer ejército penetraría en la península por el valle del Roncal a las órdenes del padre del rey de Navarra. Pero esta operación quedó desbaratada muy pronto. La amistad entre la corona de Navarra y los Reyes Católicos dio al traste con el plan de Luis XII, pues el tercer ejército no se movilizó y para más INRI se formaron unidades de aragoneses y navarros para defender las fronteras españolas. La invasión del Rosellón se consolidó pero Rieux fue vencido por las fuerzas combinadas del Duque de Alba y Fernando el Católico.

Aún así el golpe más potente sería en Italia. El Gran Capitán sitiaba Gaeta donde los supervivientes de Ceriñola se habían refugiado a las órdenes de Ivo de Alegre. Luis XII armó una escuadra al mando del marqués de Saluzzo en la que embarcó una fuerza considerable con el objetivo de socorrer Gaeta y romper el cerco español. También destinó ingentes cantidades de dinero para apoyar el avance del impresionante ejército al mando del marqués de Tremouille. Más de 30000 soldados inclusive 8000 suizos, 9000 caballos y 36 cañones (la mayor dotación de artillería hasta la fecha).

Antes de lanzarse sobre Nápoles recibió la orden de marchar a Roma e imponer como nuevo papa al cardenal de Amboise. Alejandro VI había muerto el 18 de agosto. Fernando de Córdoba había previsto esto y mandó 3000 soldados. Cuando llegaron los franceses los hallaron ya acampados en Roma. Finalmente salió elegido el cardenal de Siena, Pío III, que murió en menos de un mes no sin antes investir a Fernando el Católico como rey de Nápoles.
Ante esta nueva argucia Tremouille se dirigió a Nápoles al mando de una potente máquina de guerra confiado en una victoria fácil.  “Daría yo 20000 ducados por hallar al Gran Capitán en el campo de Viterbo”. El embajador español en Venecia, Don Lorenzo Suárez de la Vega respondió lo siguiente: “El duque de Nemours hubiese dado el doble por no haberle encontrado en Ceriñola”.

La enfermedad hizo imposible comprobar quien hubiese ganado esos ducados, pues el marqués cayó enfermo y debió ceder el mando al marqués de Mantua. Un general de renombre pero odiado por las tropas francesas. Éste al verse al frente de aquella impresionante tropa despreció a su enemigo y al reunirse en el futuro con Ivo de Alegre se burló de los supervivientes de Ceriñola: “No sé, como os dejasteis desbaratar en Ceriñola por esa canalla”. Muy caras le saldrían estas palabras en un futuro cercano.

Las fuerzas del Gran Capitán se componían de 9000 soldados y 3000 jinetes. El enemigo contaba con más del triple de efectivos a esto había que añadir el cuerpo expedicionario de Saluzzo que desembarcó en Gaeta con 4000 soldados. Fernando de Córdoba vio que la plaza no caería y que debía revisar su estrategia para hacer frente a lo que se le venía encima. Se retiro a Castiglione donde preparó su estrategia.

Sería en la vecina San Germano, en la ribera del río Garellano, donde el brillante militar español daría una batalla que habría de ser definitiva. Para que esta plaza sirviese a sus planes, los españoles  debían conquistar el castillo y convento de Montecasino.  Para ello, Pedro de Navarro hizo subir montaña arriba varias piezas de artillería, con ellas abrió una brecha en la muralla y los soldados españoles los tomaron al asalto.

Tomados estos punto clave, el Gran Capitán reforzó la guarnición de Roca Seca –plaza fuerte a la derecha de San Germano- con infantería peninsular al mando de Zamudio, Pizarro y Villalba. El río podía cruzarse por dos puntos. Ponte Corvo estaba en San Germano y era fácil de defender desde el campamento principal. El puente de Sessa estaba más alejado y eso obligó a tomar una torre cercana y destacar 500 infantes y 350 jinetes comandados por Pedro de Paz.

Los franceses llegaron al Garellano el 13 de octubre de 1503 y de inmediato se dispusieron a cruzarlo. El marqués de Mantua lo intentó en primera instancia por el extremo derecho de las defensas españolas. Una vez en la otra orilla se dispusieron a tomar Roca Seca. Fernando de Córdoba envío a la infantería, capitaneada por Pedro Navarro, a socorrer la plaza. También se dio la orden a Próspero Colonna que movilizara a sus hombres de armas para apoyar el ataque. Se movieron por caminos de montaña para llegar a destino con premura.

Zamudio, Pizarro y Villalba –defensores de Roca Seca- al frente de la infantería repelieron todos los asaltos. Uno tras otro. Al aparecer los refuerzos los franceses desistieron y se retiraron por el momento. El marqués de Mantua llevó a sus fuerzas a Aquino, entre Ponte Corvo y San Germano, pero el Gran Capitán había previsto ese movimiento situando tropas entre Aquino y Ponte Corvo. El objetivo era encerrar a los franceses entre el río y las plazas dominadas por los españoles –Roca Seca, Montecasino y San Germano-.

El general francés vio a lo que se exponía y decidió cruzar de nuevo el río hacia la orilla inicial.
No estuvieron mucho tiempo a la expectativa. Los franceses intentaron otra maniobra y pusieron bajo sitio la fortaleza de Roca Guillermina. Al mismo tiempo ordenó a algunas compañías que tendieran un puente al abrigo de Roca Andria –una fortificación en la orilla izquierda entre San Germano y la desembocadura del Garellano-. Fernando de Córdoba sabía el peligro que entrañaba esta nueva maniobra y decidió lanzar un golpe duro a la línea de flotación de la estrategia: un asalto sorpresa a Roca Andria. Se envío a García de Paredes al frente de una columna de infantería. La tropa cruzó el río y sometió el fuerte al asalto en un solo día.

Sin cobertura segura los franceses no pudieron desplegar el puente y cejaron en su empeño, levantando el sitio de Roca Guillermina. Pero el marqués de Mantua no había tenido suficiente y decidió cruzar el río una última vez. Lo haría por el Puente de Sessa. Los españoles, previendo este movimiento, lo destruyeron. El plan francés era moverse hacia la desembocadura, tender un puente en el lugar donde se alzó el original, cruzar el río y caer sobre el campamento principal de los españoles en San Germano apoyados por su potente artillería que bombardearía a los hispánicos desde la orilla izquierda del Garellano.

El 6 de noviembre comenzaron las maniobras francesas, tendieron el puente y cruzaron el río sorprendiendo a la guarnición capitaneada por Pedro de Paz. Aún así, los españoles no se amilanaron. Éstos 800 hombres presentaron una gran resistencia que permitió ganar el tiempo suficiente para que llegasen en socorro las tropas de Pedro Navarro y en segunda instancia las del Gran Capitán con él mismo al frente. Aún así los franceses habían logrado tender el puente, bien cubiertos por el fuego de su artillería, pero al no lograr someter a la guarnición permitieron la llegada de refuerzos.

Esto obligó al marqués de Mantua a entablar un combate cuerpo a cuerpo sin poder gozar de su superioridad de fuego artillero. Una gran desventaja teniendo en cuenta la pericia que los soldados españoles demostraban en distancias cortas. La batalla que siguió fue sangrienta y encarnizada. Todos los mandos españoles se sumaron a la refriega luchando al lado de sus hombres insuflando moral. Los franceses eran más pero la infantería española estaba demostrando que ya no tenía rival. Además la sincronización entre los mandos y los soldados era perfecta. Los franceses odiaban a sus oficiales.

Al final la formación de infantes capitaneada por García de Paredes rompió las líneas francesas, desbarató la cabeza de puente y obligó a los franceses a volver por donde habían venido. Fue un duro revés. Los franceses perdieron varios miles de soldados pasados por las armas españolas y otros muchos se ahogaron al intentar cruzar el río, a nado o como pudieron, cuando cundió el pánico ante el empuje español. La victoria fue contundente pero no definitiva. Los franceses habían sufrido pérdidas pero la gran hueste con la que contaban permitía asumirlas fácilmente. Así que el marqués de Mantua siguió acampado en la otra orilla meditando como vencer los que había catalogado como “aquella canalla”.

Ivo de Alegre respondió al marqués en referencia a aquellas palabras que profirió tiempo atrás “Estos son los españoles que nos desbarataron en Seminara; considerad ahora lo que es esa canalla de que hablabais”. El general francés no era querido por su tropa y las derrotas que cosechó hicieron que perdiese el poco prestigio que tenía entre la soldadesca. Sus oficiales le criticaron abiertamente y debido a las presiones debió ceder el mando a otro italiano, el marqués de Saluzzo.

La derrota definitiva

Se avecinaron fuertes tormentas tras la batalla y los campamentos de ambos ejércitos, sobre todo el español, se resintieron. Los soldados no cobraban su paga y esto provocó un clima de amotinamiento entre la tropa. El Gran Capitán convenció a sus hombres de no ir a Capua a pasar el invierno y mantener su posición instándoles a realizar un ataque final. Debido a las turbulencias, Fernando de Córdoba no podía arriesgarse a perder todo lo que había logrado. Era el momento de asestar un golpe definitivo antes que el estado de ánimo de la tropa se malograse más y estallara una revuelta.

Por aquel entonces el embajador español, en comunicación y de acuerdo con el Gran Capitán, logró atraerse a los Ursinos al partido español, de modo que el jefe de esta poderosa familia italiana, Bartolomé Albiano, se presentó en el campamento español con un refuerzo de 3.000 soldados. Fue entonces cuando el Gran Capitán creyó llegado el momento de atacar a los franceses cruzando el río simultáneamente por dos sitios para cogerles en medio.

La clave del plan era construir un puente unas cuantas millas río arriba del lugar por donde los franceses habían intentado cruzar el río por última vez.  Se hizo por la noche en la víspera de la batalla y durante la mañana del 28 de noviembre las tropas del Gran Capitán se pusieron en marcha. Bartolomé Albiano iba en vanguardia con la caballería ligera. Pedro Navarro iba a continuación con el cuerpo de infantería española, donde marchaban García de Paredes, Zamudio, Pizarro y Villalba. Le seguía Próspero Colonna con los hombres de Armas. Cerraba la marcha el Gran Capitán con el resto del ejército. Las tropas de Albiano y Pedro Navarro sorprendieron un destacamento normando y de caballería francesa en Suio y lo arrollaron a su paso.

El marqués de Saluzzo, teniendo en cuenta el mal tiempo, decidió retirarse a Gaeta a pasar el invierno y para ello ordenó embarcar la artillería y transportarla por el Garellano hasta la plaza. En esos momentos llegaron los supervivientes de Suio que le informaron de la llegada del ejército de la monarquía hispánica. El general francés ordenó retirada inmediata. La avanzadilla española, vencedora de Suio, encontró el campamento vacío.

Fernando de Córdoba dio orden a la caballería ligera de Próspero Colonna de avanzar para alcanzar a los franceses. Lo lograron mientras cruzaban por un puente cercano a Gaeta obligando al marqués de Saluzzo a presentar batalla para evitar que la tropa fuese aplastada. Esta maniobra de hostigamiento permitió la llegada del grueso de las fuerzas españolas. La infantería de Pedro de Navarro y de García de Paredes obligó a los franceses a refugiarse en Mola.

El Gran Capitán los tenía donde quería. Colocó a las unidades de infantería que habían atacado a los franceses detrás de la Mola para cortarles la retirada. Las tropas se desplazaron hacia su objetivo rápidamente a marchas forzadas por caminos de montaña. Cuando los franceses salieron de la plaza, el grueso español los trabó mientras las fuerzas de Pedro Navarro y García de Paredes atacaban de flanco y por la retaguardia. En poco tiempo rompieron las líneas y los franceses se desbandaron. La caballería ligera se lanzó en persecución.

La victoria fue rápida, aplastante y definitiva. El ejército de Luis XII tuvo 4000 muertos y un número similar de heridos. El avance español fue imparable, tanto que se capturaron todas las piezas de artillería francesa, todas las banderas y un gran botín. La derrota francesa fue estrepitosa y obligó a Luis XII realizar la capitulación de Gaeta y a desistir de sus intereses napolitanos.

23:59 Gonzalo de Córdoba demostró definitivamente su valía como militar, probablemente el mejor de su época. Destacaba en todos los aspectos que podía tener un oficial. Dominaba la táctica y la estrategia. Fue un innovador. Sabía sacar el máximo provecho a los recursos de los que disponía. Era capaz de improvisar y emplear con eficacia el factor sorpresa. Además sus soldados lo adoraban. Hubiesen hecho lo que su Capitán les pidiera. Creían en él porque él les demostró que podían hacerlo.

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