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miércoles, 24 de octubre de 2012

El Duque de Alba: la leyenda crece

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La guerra contra Francia y la batalla de Mülhberg

Retrato ecuestre de Carlos V
Fernando Álvarez de Toledo se estaba convirtiendo, poco a poco, en uno de los adalides de los aguerridos Tercios y en hombre de confianza del Emperador Carlos V. Pero su carrera sólo había hecho que comenzar. Francia jamás había renunciado a sus pretensiones italianas ni a sus intereses sobre los territorios hispánicos del lado franco de los Pirineos.



Desde 1535 las escaramuzas contra los franceses se venían sucediendo con mayor frecuencia hasta tal punto que la situación era ya insostenible. A punto de estallar la guerra, Alba se opuso a comenzar la campaña sitiando la ciudad de Marsella. Este puerto estaba muy bien defendido y un asedio prolongado habría dado muy pocos beneficios y hubiera permitido reorganizarse a un ejército francés debilitado por los conflictos bélicos anteriores. Fernando recomendó encarecidamente atacar Lyon, pero sus estrategias fueron desoídas; el tiempo acabó dándole la razón. Las tropas imperiales sitiaron Marsella pero su situación era precaria y los soldados estaban sometidos a un hostigamiento constante por los defensores. La retirada se presentó como la única opción viable.


El Duque de Alba estableció una zona de desembarco segura para que Andrea Doria descargase los suministros que las tropas necesitaban. Bien pertrechadas, las tropas del Emperador se retiraron garantizando Alba una buena cobertura. En los combates cayó su amigo, y clásico de la literatura española, Garcilaso de la Vega. Alba pasó todo el año de 1537 en España mientras se negociaba una tregua con Francia. En julio de ese año pereció su padre. Y en 1538 formó parte del séquito imperial que firmó el tratado de paz con los franceses en la ciudad de Niza.


Con una Europa temporalmente pacificada, el Emperador Carlos V tuvo libertad de acción para sumergirse en nuevas empresas. Ese mismo año convocó Cortes en Toledo con la intención de obtener fondos para preparar una nueva expedición a la ciudad de Argel. Las Cortes denegaron la petición imperial y Carlos V hubo de acatar esta decisión ante una inesperada sublevación en su ciudad natal: Gante. Los insurrectos protestaban contra las altas tasas imperiales y sembraron el caos en las calles. Alba participó en la represión y el conflicto quedó apaciguado rápidamente. Los rebeldes pidieron ayuda a Francisco I. Pero éste, se la negó debido al reciente tratado de Paz; además permitió el libre paso de los ejércitos españoles y agasajó a Carlos V con grandes festejos. Sin la ayuda extranjera los insurrectos fueron fácilmente controlados y reducidos por la fuerza.


En 1541 se planificó una nueva expedición contra Argel. Fernando Álvarez de Toledo estaba en Cartagena preparando a sus tropas para un desembarco. Pero debido al pésimo tiempo muchos buques se hundieron o se encallaron imposibilitando la operación. Tras estos inconvenientes, la campaña se postergó ante un nuevo conflicto con los franceses. El ataque de Francisco I contra los territorios navarros y del Rosellón era inminente y el Emperador encomendó a Alba la defensa.


Éste optó por una táctica de disuasión. Fortificó la frontera Navarra y la plaza de Perpiñán. El grueso de su ejército de campo lo situó en Gerona para un contraataque en caso de una hipotética ofensiva francesa. Además se ganó el apoyo de la población local. Como solía tener por costumbre, el Duque de Alba hizo acampar a sus huestes fuera de pueblos y núcleos habitados minimizando así el impacto sobre la población civil. También hizo que la mayor parte de vituallas se comprasen a la población local. Aunque parezca mentira y muchos se empeñen en pensar lo contrario, las tropas castellanas seguían esta directriz a rajatabla salvo en casos excepcionales.


La población local agradecía el gesto suplicando que el Duque se alojase en sus villas (algo a lo que siempre renunció) y abasteciendo de víveres a los soldados.  Francisco I no cayó en la trampa y siendo consciente de la solidez y brillante disposición de la línea defensiva española no se atrevió a emprender una acción que le hubiese ocasionado duras pérdidas que no estaba dispuesto a asumir.  El ejército francés se retiró.


En 1543 el Emperador parte hacia los Países Bajos dejando a su hijo Felipe como regente y a Alba como Capitán General de todos los ejércitos de la Península. Ese mismo año preparó la boda del Príncipe con María de Portugal. En 1544 firmó la paz de Créspy que terminaba con los últimos conflictos entre españoles y franceses. Una de las condiciones era la boda entre María, hija de Carlos V, y el Duque de Orleáns. La dote de María sería el Milanesado o los Países Bajos. Alba recomendó encarecidamente ceder Flandes pero el Emperador no estaba dispuesto a renunciar a su territorio natal y se inclinó por Milán.


De todas maneras, no se perdió ni uno ni otro porque el Duque de Orleáns murió en septiembre de 1545, antes de que se produjese la cesión por lo que ésta quedó invalidada. En enero de 1546 marchó a Utrecht, donde se le recompensó con un puesto en la Orden del Toisón de Oro; en abril estaba en Ratisbona, lugar elegido por el Emperador Carlos V para acabar con la Liga de Esmalkalda. Mientras esperaban el grueso de las huestes imperiales, Carlos y Alba se refugiaron en la plaza de Landshut, al sur. Las tropas de Carlos V, se fueron congregando poco a poco en Ingolstadt y cuando todos los preparativos estuvieron listos, el ejército partió en busca del enemigo.


Los protestantes evitaron el enfrentamiento campal y se retiraron. Alba optó por no perseguir al enemigo aprovechando para recuperar el control de varias plazas situadas en los márgenes del Danubio. Estos movimientos provocaron la rendición y sumisión de muchos príncipes luteranos pero pese a todo, los principales líderes de la Liga: Juan Federico –Duque de Sajonia- y el Landgrave de Hesse, Federico; continuaron con su oposición. El Duque de Sajonia se batió con éxito hasta que Carlos V y Alba, al frente de las tropas, se dirigieron hacia el Elba y cruzaron el río a la altura de Mülhberg durante la noche del 23 de abril de 1547.


Mülhberg, la consagración del mejor militar de la época



Disuelto el ejército de la Liga de Esmalcalda en noviembre de 1546, sólo quedaba un único foco de resistencia en toda Alemania que Fernando, hermano de Carlos V, y rey de Bohemia y Hungría no lograban controlar. El retorno de Juan Federico y sus tropas no hizo más que agravar esta situación. Al final el Emperador no tuvo más remedio que intervenir enviando al marqués Alberto de Brandemburgo  al frente de un ejército alemán compuesto de 4500 infantes y 1800 caballos.

El marqués recibió el refuerzo de 2000 caballeros, proporcionados por Fernando y 1500 más aportados por Mauricio de Sajonia. El objetivo teórico era sitiar a las fuerzas protestantes e impedir su libre movimiento destacando las tropas en Dresde, Freiberg, Zuibeck  y Leipzig. En principio la situación se sostuvo y ninguno de los bandos dio ningún paso por el momento. Las huestes imperiales se mostraron poco resolutivas y el propio Emperador decidió poner rumbo a Ulm con el grueso de sus fuerzas. Juan Federico, probablemente al tanto de estas noticias, fue el primero en golpear.
  
Acudió con gran parte de sus fuerzas a provocar al marqués de Brandemburgo, mientras que enviaba el resto de sus tropas a la región de Bohemia. Alberto cayó en la trampa y prefirió dar una batalla en vez de defender la plaza. Su caballería fue desbaratada y el marqués tomado como prisionero. Las cosas no iban bien para las fuerzas imperiales. 

Carlos V tenía bajo su mando a los Tercios de Nápoles, Hungría y Lombardía tres regimientos de infantería alemana, dos Tercios Viejos comandados por Mariñano y Madrucho y uno bisoño al mando del caballero Hanzbalter. También contaba con 2000 caballos y varias compañías de arcabuceros. Con estas fuerzas partió Carlos a someter a Juan Federico adelantándose el Duque de Alba para preparar la arribada del Emperador a Nuremberg.

El duque de Sajonia tenía su campo en Maizen y contaba con 6000 infantes, 3000 caballos y 21 cañones. Las tropas imperiales no le dieron tregua y marcharon en su persecución para obligarle a pasar estrecheces de suministros y evitar que tuviese tiempo de convencer de su causa a más alemanes. Las fuerzas protestantes fueron sometidas a un duro acoso durante su retirada. Juan Federico intentaba huir hacia Wittenberg siguiendo la orilla del Elba desde Maizen. El elector de Sajonia había ordenado quemar todos los puentes de la zona que cruzaban el río. Carlos V envió destacamentos de reconocimiento y finalmente obtuvieron noticias de que Juan Federico se alojaba en la villa de Mulhberg y que además, según la población local, allí había un vado que, no sin peligro, permitía cruzar el Elba.

El Emperador dio orden de cruzar al grueso de su ejército y de dar batalla a los luteranos impidiendo otra retirada. La operación tenía muchos riesgos ya que las tropas enemigas, bien parapetadas al otro lado, podían defender eficazmente la orilla opuesta. Aún así, la orden se acató y las tropas partieron tras la artillería y la caballería dispuestas a cruzar el vado y presentar batalla en Mulhberg. Las tropas imperiales se colocaron en un punto apto para pasar el río en el que además estaban cubiertos por bosque que impedía que el enemigo los divisase.
El cruce del Elba y la batalla de Mülhberg

El duque de Alba envió a decenas de exploradores a obtener información de la población local para saber con exactitud dónde estaba el vado. Además envió a 100 arcabuceros españoles y 400 caballos húngaros a reconocer la villa de Torgau pues dicho pueblo tenía un puente que permitía cruzar el río. Sin embargo, los exploradores encontraron gente dispuesta a colaborar en venganza a las injusticias que cometían contra ellos las tropas del elector de Sajonia. En concreto, un villano informó de donde se hallaba el vado y se ofreció a cruzarlo con las tropas a modo de guía. También se obtuvo confirmación de que Juan Federico se hallaba efectivamente en Mulhberg.

Los protestantes tenían sus barcas pegadas a su orilla preparadas para usarse ante cualquier vicisitud. La orilla enemiga tenía una buena pendiente y además los arcabuceros enemigos contaban con un muro que les proporcionaba cobertura.
Tras reconocer la zona y sufrir algunas salvas de la artillería rebelde. El duque de Alba partió a informar al emperador.

Carlos V avanzó al frente de varios cañones escoltados por unos 1000 arcabuceros españoles hacia los bosques. Allí se dispusieron los cañones y las tropas. Quedando el grueso del ejército en su posición original. Las tropas de avanzada iniciaron una escaramuza contra las tropas que defendían las barcas protestantes. Los arcabuceros españoles sembraron el terror entre el enemigo metiéndose en el río y disparando sus armas contra los protestantes. Álvaro de Sande llegó al frente de otros 1000 tiradores españoles para reforzar la escaramuza de distracción manteniendo a raya a los defensores durante todo el día con tanto pánico que no osaban asomar la cabeza por encima de las protecciones.

En Torgau también se dieron combates entre los exploradores y Juan Federico vio enseguida el riesgo de quedar atrapado en medio si las tropas del Emperador eran capaces de cruzar el Elba por el puente de la villa. Así que ordenó a su campo retirarse siguiendo la orilla con la intención de ganar tiempo para que las levas de Pomerania y Sajonia se completasen y así poder enfrentarse de igual a igual contra las tropas de Carlos V.

Ante la retirada del enemigo se hacía prioritario cruzar el río sea como fuere. Y en esto demostraron de nuevo su audacia los soldados españoles de los tercios. Según las crónicas un español se desnudó y se lanzó al río con la espada entre los dientes y por lo que parece a éste le siguieron dos o tres más y luego otra decena. Cruzaron el Elba con el agua al cuello soportando el fuego enemigo y una vez en la otra orilla pasaron a cuchillo a los defensores que custodiaban las barcas –pocos, pues la mayoría se unieron a la retirada general-. Con la zona asegurada, tomaron las barcas y las llevaron hacia la orilla imperial cruzando de nuevo el Elba.

Gracias a las barcazas y al vado cruzó la caballería imperial húngara y napolitana. Tres intentos hicieron falta para poder llegar a la orilla pues los defensores bien parapetados dificultaron mucho la empresa, pero finalmente al tercer intento la caballería ligera llegó al otro lado y se lanzó a hostigar la retaguardia enemiga en retirada. La caballería protestante se revolvió para hacer frente a la amenaza, y siendo más consiguieron repeler a los imperiales. Pese a esta escaramuza la cabeza de puente estaba ya asegurada y mas tropas cruzaban el Elba por el puente de barcas y por el vado.

Con los dos extremos del río tomados, se acercaron a la orilla los carros que transportaban un puente desmontado y se instaló para aligerar el paso del ejército. La primera en pasar fue la infantería española de los Tercios a la que debían seguir los lansquenetes alemanes y 500 caballos. El Duque de Alba ordenó que toda la caballería ligera cruzara por el vado llevando a un arcabucero en la grupa que serían seguidos por los caballos pesados napolitanos y la caballería del conde Mauricio de Sajonia. Con éstos últimos cruzó Carlos V.

El imperio de Carlos V
Con una fuerza poderosa Alba dio el golpe que estaba preparando. Mandó bajar a los arcabuceros y avanzar con la infantería mientras daba la orden general a toda la caballería de cargar contra la retaguardia enemiga que se retiraba. Los exploradores se aseguraron de que no había tropas enemigas emboscadas y la caballería imperial se lanzó a la carga encabezada por el Duque de Alba y el Emperador.

Juan Federico vio el peligro que representaba la carga de caballería imperial para su ejército. Aquello podía acabar en una desbandada así que dio la orden a sus 3000 caballos de que rompiesen la vanguardia de Alba, mientras daba la orden de atrincherarse en un bosque cercano a parte de la infantería para cubrir la retirada. La caballería imperial no se amilanó. Los húngaros apoyados por herreruelos de Mauricio de Sajonia avanzaron por la derecha desbaratando a una formación de arcabuceros enemigos. Fue entonces cuando el Duque de Alba ordenó tocar las trompetas y se lanzó al ataque encabezando a la caballería imperial arropado por los hombres de armas napolitanos. El choque fue tan virulento que la caballería enemiga quedó rota y tal fue el impulso que las tropas de Alba se llevaron por delante a un escuadrón entero de infantería de segunda línea.

La vanguardia de Alba se lanzó en persecución del grueso de la caballería enemiga mientras los húngaros y las formaciones dirigidas por Carlos V aniquilaban a la infantería protestante. Todo el campo de Juan Federico se retiraba de manera desordenada. Muchos intentaron retirarse por el puente de Torgau pero se encontraron con una formación de arcabuceros españoles que los recibieron con una terrible descarga de fuego dejando a muchos muertos. Tomados por dos lados el ejército de Juan Federico fue desorganizado entre una gran matanza. El propio elector fue tomado prisionero junto a todos los líderes protestantes que fueron encerrados en el castillo de Hesse escoltados por unos 1000 infantes españoles.

23:59Las tropas protestantes fueron aniquiladas literalmente. 8000 bajas entre muertos, heridos y prisioneros. Del lado imperial no murieron más de 50 hombres. Tal fue el calibre de la victoria de Mulhberg. El plan de Alba había funcionado a la perfección y se consolidaba ya como uno de los grandes militares de su época. Próximamente el siguiente post de Alba y los últimos hechos de su vida