Búsqueda rápida

viernes, 1 de febrero de 2013

San Quintín, el mundo a los pies del Imperio Hispánico


Hacía tiempo que no publicaba artículos en este blog. No ha sido por estar ocioso; mas bien por dedicarme a otras obligaciones más urgentes. Eso no significa que no haya hecho nada durante todo este tiempo. Tengo muchos artículos por publicar y otros muchos a medio hacer pero ahora que tengo más tiempo para mi mismo vuelvo a las andadas con la intención de seguir empujando esta humilde rincón de todo lo que me gusta y al que estáis todos invitados. Remprendo esta nueva etapa con un artículo de historia sobre uno de los episodios bélicos mas sonados de las armas españolas. La batalla de San Quintín puso a Francia de rodillas frente a Felipe II, un monarca que iniciaba su reinado de manera triunfal.

En 1556 la guerra entre España y Francia, que Carlos V y Francisco I habían sostenido durante sus reinados, se reanudó bajo el mandato de sus sucesores: Felipe II y Enrique II. Francia, vencida en Italia y rodeada de posesiones españolas, se negaba a su confinamiento y con su poder bélico recuperado decidió acabar con la hegemonía de los Austrias declarando la guerra a España en todos los frentes. Ante la amenaza de su antagonista, Felipe II no permaneció de brazos cruzados. Para presionar a su enemigo diseñó un plan de invasión de la Champaña desde los Países Bajos con la intención de ocupar alguna plaza fuerte importante. En julio de 1557 42000 soldados de diversas nacionalidades bajo el mando del joven y brillante duque de Saboya penetraron en Francia. Entre la hueste se hallaban dos de los tercios españoles mas temidos de la época (el de Alonso de Navarrete y el de Alonso de Cáceres).

Las tropas imperiales intentaron tomar Rocroi, pero las defensas y fortificaciones eran demasiado poderosas y decidieron buscar una presa mas fácil  menos protegida (factible de atacar por sorpresa) y de similar importancia. Se intentó tomar Guisa pero rápidamente cambió de opinión y de madrugada llegó a las puertas de la plaza de San Quintín, a orillas del Somme. Los preparativos del asedio se hicieron con celeridad y los franceses solo lograron reforzar la ciudad con 500 soldados antes que las tropas imperiales aislasen la plaza por completo. En total unos 1700 defensores.

Los franceses estaban enterados de los movimientos del ejército hispánico y el general Anne de Montmorency, al frente de 20000 infantes y 6000 jinetes, seguía los movimientos del duque de Saboya esperando el momento propicio para asestar el golpe. Montmorency planeaba atacar al ejército de Felipe II cuando asediasen alguna ciudad, cogiendo al invasor entre dos fuegos y obligándole a retirarse o a presentar batalla en una situación de desventaja táctica. Al enterarse del sitio de San Quintín, el ejército francés se decidió a combatir. El plan de Montmorency consistía en cruzar el Somme y aplastar a los sitiadores. Un proyecto no exento de riesgo, aunque Montmorency, general de mucha experiencia, creyó que funcionaría al enfrentarse a un general “joven e inexperto”

Chargez


Montmorency seguro de que la caballería flamenca del conde de Egmont había ido al encuentro del Rey para servirle de escolta encontró el momento ideal para lanzar su ataque. Además parecía que los imperiales no habían advertido su presencia y el único puente sobre el Somme parecía insuficiente para que el enemigo pudiese cruzar con celeridad a auxiliar a las tropas que cercaban San Quintín. Las conjeturas de Montmorency, aunque plausibles, no podían ser más erróneas. Había subestimado a un brillante general por su inexperiencia y lo pagaría.

El duque de Saboya había adivinado el plan de los franceses y de madrugada había ordenado a Egmont que cruzase el río con la caballería y esperase agazapado tras unas lomas en la orilla por la que avanzaba el ejército francés. Una emboscada en toda regla esperando el instante propicio. El general imperial también había previsto que un único puente sería insuficiente para cruzar con su ejército y dio la orden a los zapadores para que construyesen otro fuera de la vista de los espías franceses. Los exploradores españoles también habían descubierto un vado seguro. Toda esta información no llegó a oídos de Montmorency. Fue su condena.

A las 10 de la mañana del 10 de julio, miles de infantes franceses se dispusieron a cruzar el Somme en barcas para desbaratar el asedio y aplastar a los invasores. El río se tiñó de sangre. Los arcabuceros españoles lanzaron una lluvia de fuego sobre los asaltantes infiriéndoles miles de bajas, aunque al final los franceses lograron entablar combate con los defensores imperiales pero no eran suficientes y estaban diezmados por el fuego recibido al cruzar el río. El duque de Saboya había dado ya la orden de que su infantería cruzase el Somme hacia la orilla francesa, dándose cuenta que Montmorency no podría usar la suya propia, ocupada en levantar el asedio de San Quintín. Este movimiento no fue advertido por Montmorency  hasta que el enemigo avanzaba ya hacia sus posiciones. Ya era tarde. El plan del duque de Saboya había sido un éxito y sólo faltaba asestar el golpe definitivo. Montmorency dio la orden a su caballería de enfrentar el grueso de la fuerza imperial. Los jinetes franceses se lanzaron a la carga; el momento había llegado.

La caballería de Egmont lanzó su emboscada cogiendo a los franceses de flanco y por la retaguardia. Fue una matanza. Las tropas de Montmorency no tuvieron posibilidad de reaccionar. Pensaban repeler a un cuadro de infantería y cuando se acercaron quedaron perplejos al ver que era todo el ejército imperial el que estaba cruzando el río. Sin tiempo de retroceder fueron masacrados por la carga sorpresa de Egmont. Los franceses supervivientes se dispersaron e intentaron volver a sus líneas. El duque de Saboya había engañado al veterano Montmorency dejando una fuerza, grande en apariencia, suficiente para mantener sitiada la plaza y defender la orilla mientras cruzaba el río con el grueso de sus efectivos fuera de la vista del enemigo.

Además, Montmorency no pudó enviar nada en apoyo de la caballería pues el grueso de la infantería estaba trabada en combate en los pantanos o intentaba cruzar el Somme. El panorama era funesta y el general frances dio la orden de retirada para evitar una catástrofe aún mayor. La infantería superviviente volvió a los botes y regresaron al punto de partida. Montmorency logró reagrupar a la mayoría de sus soldados y dio la orden de retirada bajo cobertura de sus jinetes supervivientes. Pero el duque de Saboya no iba a dejar escapar a la presa ahora que la tenía en sus manos.

Las tropas hispánicas se lanzaron a la persecución del enemigo. La caballería de Egmont recibió la orden de sobrepasar a los franceses para cortarles la retirada llegado el momento. La mayor parte de los jinetes se destinaron a esta empresa mientras que los restantes hostigaban con virulencia la retaguardia enemiga, los carros de provisiones, y la artillería ralentizando la marcha francesa ya de por sí lenta debido al agotamiento y al desgaste. Mientras, la infantería imperial seguía al enemigo a marchas forzadas. Llegado el momento la presa estaría entre la espada y la pared.

Victoria su Majestad, Victoria!


Montmorency sabía que sus maltrechas tropas no podrían sostener el ritmo. Estaban débiles, sin poder comer y sometidos a las razzias de la caballería flamenca. Necesitaba encontrar un lugar para hacerse fuerte, descansar, reorganizarse y enfrentar al enemigo. Los bosques de Montescourt eran el lugar propicio. Cual fue la sorpresa del general francés, al ver que frente al bosque les esperaba una formación de caballería imperial. La retirada era imposible. El duque de Saboya había girado la tortilla y ahora era el gabacho el que se encontraba entre dos fuegos, sin posibilidad de retirarse y obligado a entablar combate en desventaja táctica y casi sin tiempo para organizarse. Se presagiaba lo peor.

Montmorency intentó formar a su ejército de la mejor manera posible pero los hostigadores del ejército imperial no se lo pusieron fácil. Finalmente logró improvisar una formación de combate poniendo a los jinetes que le quedaban en las alas y al grueso de su infantería en el centro allí se dispuso Montmorency a combatir al frente de sus gascones. La caballería de Egmont se lanzó a la carga mientras aún formaban las tropas francesas. Los jinetes franceses de los flancos fueron aplastados (sólo unos cientos sobrevivieron) y se capturó el bagaje y la artillería. A Montmorency sólo le quedaban sus infantes que ya sufrían el acoso de los flamencos. La caballería flamenca, dotada de armas de  fuego, no podía ser frenada por las picas y no tardaron mucho en abrirse brechas entre los cuadros franceses. Por allí se infiltraron los jinetes de Egmont causando estragos entre el enemigo. Ganando tiempo hasta que el duque llegase con el grueso de sus fuerzas. A marchas forzadas no tardaron mucho en llegar al campo de batalla.

La situación era insostenible y los mercenarios alemanes del ejército francés, unos 5000, se rindieron en masa al ver las vanguardias de los temidos Tercios Españoles. Montmorency se dispuso a resistir al frente de la nobleza francesa junto a unos 13000 hombres. El duque de Saboya no iba a dar tregua al enemigo. Relevó a la caballería de Egmont para que descansase y ablandó los cuadros franceses con metralla usando sus piezas de artillería. Tras la descarga la infantería se lanzó al asalto. Los experimentados Tercios de Alonso de Navarrete y Alonso de Cáceres encabezaban el ataque seguidos del grueso de la infantería imperial. No dejaron mucho para los que venían detrás. La carga española fue de una furia y violencia sin parangón. Las arcabuceros rociaban de fuego los cuadros franceses (ya de por si desgastados) mientras los infantes, a espada y cuchillo emprendieron la masacre de los gascones. Las formaciones se derrumbaron y huyeron en desbanda. Los españoles no tuvieron piedad. No se hacían prisioneros, únicamente se les perdonaba la vida a los que parecían nobles (para pedir rescate).

De 26000 franceses, sólo 1000 escaparon con vida. La carga de los montes de Montescourt se cobró 13000 almas, sin contar las que cayeron a las puertas de San Quintín bajo el fuego de los arcabuces españoles y combatiendo en los pantanos (entre 4000 y 5000). Los 5000 presos alemanes fueron puestos en libertad bajo la promesa de no volver a levantarse en armas contra el Rey de España. Unos pocos franceses, la mayoría nobles, fueron hechos prisioneros (la nobleza quedó diezmada). Algunos españoles e ingleses que se encontraban entre ellos fueron degollados por traición. Las bajas imperiales prácticamente no llegaron al millar.

23:59 La plaza cayó el 27 de agosto, tomada al asalto. No hubo piedad. No se hicieron prisioneros entre los militares y la ciudad fue saqueada como castigo a su resistencia. Felipe II tenía París a sus pies pero su prudencia le saldría cara. Ante la falta de dinero para pagar a las tropas decidió no seguir con la conquista. Fortificó la plaza conquistada y permaneció a la expectativa. Poco después se firmó la paz de Cateau-Cambresis en 1559. Muy cara le salió a Francia pero el Rey Prudente se conformó con las migajas cuando podría haberse comido todo el pastel. Caro le acabaría saliendo a los Austrias este error de cálculo.