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miércoles, 14 de diciembre de 2011

El Gran Capitán, primera guerra de Italia


Pido disculpas por no atender este blog durante varios días pero una desafortunada caída me ha mantenido alejado de mis menesteres habituales un tiempo. Pero sano y recuperado, procedo a continuar con la serie de post que decidí dedicarle a Gonzalo Fernández de Córdoba, uno de los más ilustres militares de la historia de España. Este segundo artículo se centrará en el periodo que abarca de 1495 a 1500. No me extenderé más en este preámbulo, os dejo con los azares y aventuras de uno de los grandes de nuestro pasado.

Antecedentes

El Gran Capitán
El reino de Nápoles se creó al establecerse los normandos en el sur de Italia durante el siglo XI. Pasó a los Hohenstaufen y posteriormente, el Duque de Anjou tomo posesión del reino hasta que la Casa de Aragón lo conquistó en 1422. Cuando Juan II reunió -en las Cortes de Fraga de 1460- las coronas de Aragón, Navarra y Sicilia decidió proclamar a su hijo Fernando como Rey de Nápoles. El nuevo monarca era primo carnal de Fernando el Católico.


Fernando de Nápoles fallece el 25 de enero de 1494. El difunto no gozaba de muchos apoyos pero el sucesor, su hijo Alfonso, aún era menos querido. Esta oportunidad fue aprovechada por el rey Carlos VIII de Francia para exigir sus derechos sobre el reino para la Casa de Anjou. Obtuvo el apoyo de los Sforza de Milán, los Orsinni, los Colonna, los duques de Ferrara y la República de Génova. Venecia y Florencia no se opusieron en primera instancia.


El ejército francés cruzó los Alpes en 1494. Se componía de 12000 soldados (suizos, alemanes y franceses) armados con picas, ballestas y arcabuces; 11000 jinetes y 140 piezas de artillería. Al frente de esta hueste, Carlos VIII desfiló por Italia entrando en Roma el 31 de diciembre. El Papa Alejandro VI cedió al Rey de Francia todo lo que necesitase para la invasión de Nápoles. 


Los Reyes Católicos enviaron embajadores, pues veían peligrar sus posesiones en Sicilia, para negociar con Carlos VIII. Pero los intentos fueron infructuosos. Ante este panorama Fernando el Católico envió una escuadra al mando de Galcerán de Requessens, conde de Palamós, en ayuda del virrey de Sicilia, Hernando de Acuña e inició los preparativos de un cuerpo expedicionario al mando de Gonzalo Fernández de Córdoba. Alfonso II había enviado una escuadra y parte de sus tropas a Génova y la otra parte al curso inferior del Po, pero fueron derrotados. La nobleza napolitana le obligó a abdicar en favor de su hijo Fernando II que también fue vencido en Garellano casi sin presentar batalla.


Ante el desastre pidió ayuda a sus parientes de la Corona de Aragón y Castilla otorgándoles las fortalezas de Regio, Crotona, Squilace, Tropea y Amantia. Éstas eran capitales para conquistar el reino de Calabria. Pero en esos momentos Carlos VIII rendía Castelnuovo y entraba en Nápoles el 22 de febrero haciéndose coronar Emperador y rey de Jerusalén. Pero los españoles no habían permanecido ociosos. Su hábil diplomacia había formalizado la Santa Liga, una alianza contra Francia formada por los Habsburgo, Venecia y la arrepentida Milán.


Ante el temor de quedar rodeado, Carlos VIII emprende la retirada dejando una guarnición en las plazas más importantes compuesta de 6000 soldados suizos, 6000 gascones con el apoyo de mucha artillería y un contingente de caballería. Esta fuerza quedó al mando de Gilberto de Borbón, nuevo virrey de Nápoles. Con los preparativos hechos, Carlos y el resto de sus fuerzas abandonaron Italia venciendo por el camino a las fuerzas venecianas y milanesas en la batalla de Fornovo el 6 de julio de 1495.

Tropas españolas repelen una carga de caballería
Tras la Guerra de Granada, Francia amenaza con conquistar toda Italia y se le asigna al Gran Capitán la misión de partir a Nápoles con un contingente militar. Gonzalo zarpó para Sicilia en 1495, a la edad de 42 años con una larga trayectoria de victorias a sus espaldas.

La primera guerra de Italia

El Gran Capitán llegó a Mesina el 24 de mayo de 1495 al frente de 5000 soldados de infantería y 600 jinetes. Allí se reunió con Fernando II para preparar el plan de reconquista. El napolitano apostaba por un asalto a la capital. Pero Gonzalo le convenció de lo contrario. Los franceses ocupaban toda Nápoles con guarniciones bien pertrechadas y artilladas. En Calabria la situación era diferente. Las plazas estaban peor defendidas y la gente apoyaba a la Casa de Aragón. Gonzalo aconsejó a Fernando II comenzar por allí aprovechando la mayor proximidad a Sicilia desde donde recibirían suministros y abastecimientos enfrentándose a una fuerza enemiga de menor potencia.

Los españoles desembarcaron en Calabria el 26 de mayo. Entre las filas estaban bravos soldados y capitanes curtidos en las guerras de Granada. Una tropa veterana, experimentada y bien dirigida (Alvarado, Peñalosa, Benavides y Pedro de Paz; también bravos marinos como Galcerán de Requessens y López de Arriarán). Allí se les unieron 3000 voluntarios italianos capitaneados por Hugo de Cardona y mercenarios tudescos al mando del Marqués de Pescara.

Gonzalo mostró rápidamente su valía como general. Consciente de su inferioridad, usó el ingenio para desgastar a una fuerza mucho más potente en batalla campal. Inició una serie de escaramuzas, ataques y repliegues aprovechando la gran movilidad de su ejército. El enemigo se dedicaba a perseguir fantasmas. Los españoles golpeaban rápido y duro pero siempre evitando enfrentarse al grueso principal francés. Los ataques iban encaminados a conquistar objetivos vitales, desconcertar y desgastar psicológicamente al enemigo, curtir a los bisoños y obtener apoyos. En un mes se había hecho con el control de las fortalezas cedidas por Fernando II.


Everardo Stuart, Señor de Aubigny y segundo al mando de las fuerzas francesas del sur de Italia, intuyendo la estrategia española obligó a éstos a presentar batalla en Seminara. El 21 de junio las tropas españolas fueron vencidas. Pero los franceses quedaron asombrados ante aquellos combatientes de gran vigor y disciplina. No causaron muchas bajas y la derrota sobrevino por la huida de los italianos. Pero éste imprevisto obligó al Gran Capitán a abandonar todas las fortalezas conquistadas y refugiarse en Reggio

El Gran Capitán ante el cadáver del Duque de Nemours
Lo que no podía ganarse con las armas se ganaría con astucia. Gonzalo de Córdoba encargó a Fernando II que embarcase hacia Sicilia en busca de refuerzos. Le había otorgado el mando de los mercenario del Marqués de Pescara. Tras el acopio de tropas y por orden del Gran Capitán, Fernando II desembarca con su ejército en el continente y logra sacar de los muros de la capital al duque de Montpensier. Éste se presenta en el campo pero su enemigo no está. Mientras se volvía loco buscándolo. Fernando II estaba entrando al frente de sus tropas en la Capital sin recibir una sola baja.


El Gran Capitán permanecía en Reggio haciendo creer al Señor de Aubigny que le tenía arrinconado y que sus tropas estaban más castigadas de lo que en realidad era. Así que éste envió a Precy, su subordinado, a Nápoles en auxilio del Duque de Montpensier. Éste se parapetó en los fuertes al ver el engaño pero fue duramente castigado por las tropas de Fernando II, el pueblo sublevado y la armada española de Requessens. Al final logró escapar con 2000 soldados a Salerno; allí se les unió Precy.


El plan iba viento en popa, Gonzalo de Córdoba había logrado dominar la capital y dividir las fuerzas francesas. Cuando todo estuvo consumado lanzó un ataque nocturno con 200 jinetes logrando apresar a un gran número de soldados suizos. Con las cosas más equilibradas lanzó una serie de ataques audaces similares que le garantizaron la conquista de Muro, Calana, Bagneza, Esquilace y Sibaris; a finales de año el Gran Capitán era dueño de todo el Sur de Calabria. Aprovechó el invierno para reorganizar sus fuerzas y recibir refuerzos (1000 gallegos mal armados y algunos voluntarios napolitanos). Gonzalo había dado un duro golpe con cerebro y 200 jinetes. 



En febrero de 1496 había llegado dinero de España y por tanto el Gran Capitán reemprendió las operaciones. Primero lanzó un rápido golpe a la ciudad de Cosenza en la Alta Calabria, indispensable cabeza de puente, que sometió tras tres vigorosos asaltos. En ese momento Fernando II pedía ayuda para vencer a Montpensier y Precy que tras reorganizarse en Salerno habían sido empujados, arrinconados y sitiados en la plaza de Atella


Se puso el Gran Capitán en camino aunque no sin imprevistos. Le llegaron noticias que Américo de San Severino, conde de Mélito, se había reunido en Lanio con un grupo de nobles angevinos pro franceses para plantarle batalla. Gonzalo, mostró de nuevo su genio en un nuevo golpe de audacia. Debía vencer a esos sublevados que podían mandar al traste sus planes o reforzar las desgastadas fuerzas de Aubigny. Dirigió una operación nocturna por caminos poco transitados y al amanecer entró en Lanio con todas sus fuerzas sorprendiendo a los nobles, cortando el paso de los refuerzos. Aplastó a las tropas que acudieron en auxilio de la fortaleza y mató al líder de la rebelión, capturando a un conde, doce barones y más de cien caballeros.


Reforzado con 500 hombres recién llegados de España, Fernández de Córdoba se incorporó se incorporó al sitio de Atella el 26 de junio de 1496. Apenas contaba con 500 jinetes, 70 hombres de armas y 1000 infantes escogidos, pero logró la capitulación en un mes. Para ello distribuyó las tropas y tomó el control de los molinos y plazas de los alrededores que abastecían la ciudad. Montpensier negoció incluyendo en la capitulación todas las plazas de Nápoles. Además, los españoles lograron rendir a 5000 infantes franceses de los que sólo llegaron a Francia 500. El resto murió de enfermedad por el camino entre ellos el Duque de Montpensier.  Por éstos hechos se granjeó oficialmente el nombre de: El Gran Capitán. 


Regresó de nuevo a Calabria para acabar con Aubigny al que logró arrinconar en Galípoli y vencer definitivamente en verano liberando toda Calabria. Antes de dejar Italia, el Papa pidió al Gran Capitán que recuperase el puerto de Ostia. Lo rindió en ocho días, con un hábil ataque por dos lados. La artillería abrió brecha y los infantes españoles se lanzaron al asalto. Aprovechando esta distracción el embajador de Castilla en Roma, Garcilaso de la Vega lanzó un asalto por el lado opuesto contra el que nada pudieron los desconcertados defensores. Tras la victoria, el Gran Capitán entró en Roma con Honores y se le otorgó la máxima condecoración pontificia. 
Nuestro héroe en un billete de 100 pesetas


El rey Don Fadrique, nuevo soberano de Nápoles tras la pronta muerte de Fernando II, lo nombró Duque de Santangelo y le concedió posesiones en los Abruzzos con las siguiente palabrasque era debido conceder siquiera una pequeña soberanía a quien era acreedor a una corona." Las operaciones militares se trasladaban ahora al Rosellón y por tanto fue llamado a España. Hizo escala en Sicilia adonde fortificó las costas y administró justicia. Llego a España en 1498 y fue aclamado como un héroe nacional. Añadiendo más gloria a su nombre tras someter en 1500 la rebelión de las Alpujarras


23:59 Al despedirse del papa hubo una escena bastante violenta. El papa se mostró dolido de los Reyes Católicos ante el Gran Capitán. Este le replicó que no olvidara los servicios que le habían prestado, y que recordara las palabras que había dicho hacía poco tiempo: "Si las armas españolas me recobraban Ostia en dos meses, debería de nuevo al Rey de España el Pontificado.". Y el Gran Capitán añadió que las armas españolas no tardaron dos meses sino ocho días. Y siguió atacando al papa diciendo que "mas le valiera no poner a la Iglesia en peligro con sus escándalos, profanando las cosas sagradas, teniendo con tanta publicidad, cerca de sí y con tanto favor a sus hijos, y que le requería que reformase su persona, su casa y su corte, para bien de la cristiandad."  En ésta primera campaña introdujo los rodeleros, hombres de armas que acababan con los piqueros introduciéndose debajo de sus picas. También incrementó los arcabuceros en una proporción de 1 de cada 5 hombres.


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