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lunes, 12 de marzo de 2012

Los franceses se estrellan contra el muro ruso



Eustaquieu seguro de aplastar al glorioso pueblo ruso
Este viernes algunos compañeros del Somatent dirimieron sus diferencias en la mesa de juego. El árbitro: el reglamento Lasalle. Se enfrentaron las heroicas huestes del zar -hombres valerosos, defensores heroicos de la patria y el pueblo ruso- contra los representantes del maligno, los gabachos de mesié Napoleón. Hombres zafios, bárbaros que pretenden violentar los pilares de la Madre Patria y de su hijo primogénito: Nuestro bien amado zar.

Sobra decir, que los informes de este blog siempre reflejan la verdad absoluta de lo que pasó en el campo de batalla y que en ningún momento introducimos favoritismos hacia una u otra facción (jejeje). El heroico pueblo ruso arrasa últimamente en el club. Alemanes, ingleses, franceses… da igual a quien nos pongan delante; simplemente lo aplastamos y bebemos vodka sobre los restos humeantes y putrefactos de sus ejércitos vencidos. Este viernes el alto mando ruso no estuvo en el campo de batallo pero su cadena de victorias y la virtud de nuestros valientes soldados produce un magnetismo sin parangón capaz de que mariscales alemanes consolidados se pasen a nuestra causa tras ver que el camino ruso es el más adecuado para alcanzar la gloria.

La plana mayor no hizo acto de presencia por cuestiones de faldas, éstooo por motivos de estado, así que pusimos al mando de nuestros ejércitos a los recién llegados Tresacof y Josevich para expulsar de nuestro sagrado suelo a los pérfidos franchutes dirigidos por mesié Eustaquien y su segundo al mando mesié Pedreau. El propio Josevich, que en sus ratos libres ejerce como corresponsal de Pravda, entregó un muy trabajado y correcto informe de la gloriosa victoria de las armas rusas. Ambos generales serán recibidos con honores, vodka y algunas bellezas ucranianas a su llegada al palacio de Invierno de San Petersburgo para celebrar el severo golpe inflingido a la avanzadilla de Napoleón.

Informe de Josevich

“Nuestra política de tierra quemada había dado sus frutos y nuestras tropas habían formado en orden de batalla para frenar el avance de la castigada vanguardia francesa. Los gabachos habían acampado en la pequeña aldea de Rizokov y estaban obligados a romper nuestras líneas y continuar su avance. No lo íbamos a permitir. Era el momento de vencer o morir. Los finolis pagarían un elevado peaje en vidas si querían llegar a Moscú.

Tresacof, previendo un intento de asalto de la caballería, decidió situar dos poderosas baterías de cañones apoyadas por la infantería. (Aunque existen discrepancias sobre cual de los dos generales tomó esta decisión). Fuera quien fuera, su decisión fue profética. Eustaquieu, menospreciando a nuestros vigorosos jóvenes, se lanzó en temeraria carga con sus dragones. Pensaban que nuestros soldados se acobardarían y huirían.

-Vive la France!!!!!- gritaban al unísono los jinetes franceses.

Pero los rusos ya no se iban a retirar. Todo obedecía a un plan maestro y había llegado al momento de contarles a los gabachos cuatro chistes de los buenos. El atronador rugido de nuestros cañones fue más potente de lo habitual, símbolo de un día glorioso. La caballería francesa fue duramente castigada. Los rusos no iban a romper líneas y las poderosas baterías destrozaban grupos enteros de dragones. La “tan temida” caballería napoleónica mordía el polvo a los pies de nuestros cañones mientras la infantería de apoyo, enervada por aquel olor a victoria, se lanzaba a la carga en un asalto salvaje y lleno de furia al grito de: ¡Merde Alors!

Las hordas del zar cayeron como un rayo sobre los maltrechos restos gabachos. Los muchachos se vengaron de los múltiples actos de barbarie que los invasores habían llegado a cabo durante su avance. Hicimos filetes con sus caballos y mejor no pongo en este informe lo que hicimos con los jinetes. Ante tal desastre, Pedreau se lanzó al ataque con el grueso del ejército francés. Su objetivo era acabar con los refuerzos rusos que llegaban al campo de batalla. Pero éstos, impulsados por los heroicos actos de sus compañeros, aguantaron estoicamente las acometidas de los hijos del café late el tiempo suficiente para que el resto del ejército ruso, harto de hacer masa de crusán con los franceses, cayese sobre el costado de las tropas de Pedreau para hacer suflé de gabacho.
A la 1:30 de la madrugada las tropas francesas tenían que superar un chequeo para poder seguir en combate, ya que tenían más de 5 unidades eliminadas. Debían sacar más de 15 con 5d6 (que mira que es sencillo) pero obtuvieron un 13 en la tirada optando por tomar las de Villadiego y poniendo pies en polvorosa del furor ruso. Tresacof divisaba la retirada francesa con una sonrisa en la cara por un trabajo bien hecho. Finalmente se dio cuenta de que la justicia es mujer y rusa. Así que se metió de nuevo en la casita blanca de Rizokov a guarecerse del frío, a tomar un merecido vodka y a jugar a soldaditos con unas guapas ucranianas. Mientras tanto, yo, Josevich tengo que estar aquí pringando para que el general Segurov tenga contentas a las altas esferas y el maldito Tresacof se ponga las medallitas y a las ucranianas”.


                      Josevich, corresponsal de guerra del Pravda y héroe de Rizokov

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